jueves, 6 de noviembre de 2008

Me encanta Dios

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.


Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero esto a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida ?no tú ni yo? la vida, sea para siempre.


Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.


A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho ?frente al ataque de los antibióticos? ¡bacterias mutantes!


Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.


Mueve una mano y hace el mar, y mueve la otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.


Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia ?y se agita y crece? cuando Dios se aleja.


Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.


A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

Después de todo

Después de todo -pero después de todo-

sólo se trata de acostarse juntos,

se trata de la carne,

de los cuerpos desnudos,

lámpara de la muerte en el mundo.


Gloria degollada, sobreviviente

del tiempo sordomudo,

mezquina paga de los que mueren juntos.


A la miseria del placer, eternidad,

condenaste la búsqueda, al injusto

fracaso encadenaste sed,

clavaste el corazón a un muro.


Se trata de mi cuerpo al que bendigo,

contra el que lucho,

el que ha de darme todo

en un silencio robusto

y el que se muere y mata a menudo.


Soledad, márcame con tu pie desnudo,

aprieta mi corazón como las uvas

y lléname la boca con su licor maduro.

Me doy cuenta de que me faltas

Me doy cuenta de que me faltas

y de que te busco entre las gentes, en el ruido,

pero todo es inútil.

Cuando me quedo solo

me quedo más solo

solo por todas partes y por ti y por mí.

No hago sino esperar.

Esperar todo el día hasta que no llegas.

Hasta que me duermo

y no estás y no has llegado

y me quedo dormido

y terriblemente cansado

preguntando.

Amor, todos los días.

Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta.

Puedes empezar a leer esto

y cuando llegues aquí empezar de nuevo.

Cierra estas palabras como un círculo,

como un aro, échalo a rodar, enciéndelo.

Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas,

en mi garganta como moscas en un frasco.

Yo estoy arruinado.

Estoy arruinado de mis huesos,

todo es pesadumbre.